En
un país de monárquicos sólo el rey puede ser republicano.
Disfrutemos
de las ventajas de una monarquía constitucional.
Monarquía
es el gobierno de uno solo, luego uno solo se gobierna a sí mismo. “Bajo mi
capa al rey capo”, “So mi manta al rey mato”, decían los Lopes y Cervantes, del
rey abajo ninguno.
God
save the king, gritan los ingleses, larga vida al rey, pero, humano en sus
errores, o divino en sus aciertos, vive el tiempo justo de dejar en herencia
patrias divididas, así lo manifiesta la Historia. Cualquiera conoce lo que nos dejó el siglo XIX, isabelinos contra carlistas: guerra. Y el anterior, la
decadencia de los Borbones, y un poco antes, la quiebra del tesoro público de los
Austrias en manos de los banqueros genoveses, a quienes les llegaba todo el oro
y la plata conseguida “de buena ley” en las Américas.
¡Ah,
pero emperador, eso ya es otra cosa, rey y además coronado por la curia romana!
Y qué grandes Napoleón, y Carlomagno, y Carlos I de España y V de Alemania, y
Pedro el cruel, y Otón II de Baviera el alobado.
¿Qué
diremos de Alfonso X el Sabio, o del sabio Salomón y sus amores con la reina de
Saba, la que inventó las prendas íntimas para que no les colgaran sus partes a
sus leales guerreros al montar a caballo?
¿Y
de Alejandro desatando nudos, y de Ciro, y los grandes faraones?, ¿y de los
reyes de la antigüedad que vivieron el diluvio y contaron por eones sus
reinados?
El
gran Khan y Julio César, estarían de acuerdo: todo para el pueblo pero sin el
pueblo. Cuando es el pueblo el que levanta pirámides, acueductos y catedrales,
y arcos de triunfo, y murallas, palacios y hospitales.
Gente
anónima con los mismos reales defectos: caries, verrugas, forúnculos. Gente sin
pretensiones salvo la de vivir un poco mejor cada día. Y morir con la dignidad
y el respeto de los suyos.
“Qué
más da ser rey –cantaba León Felipe-, que ir de puerta en puerta, qué va de
miseria a miseria”.
Ya
tenemos demasiados reyes en este país: el rey del pollo frito; el de oros,
copas, bastos y espadas. Los reyes magos. El rey de la distancia más corta, y
el de la más larga, en las olimpiadas, claro.
Afortunadamente,
hay que decirlo: El rey es el Pueblo. El Pueblo soberano.