Susanita, la lorita de la mansión Pfaff ha muerto, asesinada.
Lo sabemos porque el
silencio inundó de repente todo el ala occidental. El silencio se instaló como
un inquilino mal avenido, y nada parecía poder desalojarlo. Ni siquiera los
gritos de la Doña, mezclando sollozos e hipidos de menopáusica histérica.
El inspector Ceruso dejó el bigote falso sobre la repisa de la chimenea, y su monóculo en un platillo de su taza de té.
Reunió a todos los
habitantes en la biblioteca y comenzó la encuesta.
El mayordomo, dijeron todos.
Estaba comprando en la tienda de barrio, se defendió, cuando ocurrió el suceso.
Pues la mucama, ha sido la mucama, señaló el estudiante mientras se estiraba un padrastro que tenía a medias.
Roja como la grana,
estaba en la cocina preparando una tisana.
La vecina asomó una mano
por la ventana y dijo, yo lo vi, ha sido el del carro de los helados.
En la mesa de la biblioteca prosigue la partida de julepe.
Recapitulando, las
cartas boca arriba, escupió el juez sobre el sombrero, el loro está más muerto
que una berenjena.