lunes, 30 de marzo de 2015

LA GRAN CARAVANA

Se baja del coche, no solo para estirar las piernas, también quiere dejar de escuchar a la parienta:
-Acelera, frena, no ves que le das.
Y silenciar en su cabeza, al menos una vez, los lamentos de los niños:
-Ay, cuándo llegamos, deja, me meo, se lo voy a decir a la mamá.
¿Era ese el atasco final?, no se podía avanzar un solo metro. Por el carril derecho de la Carretera Nacional que circula en paralelo al mar, asoma una fila interminable, millares de kilómetros de familias, con sus vehículos con las ventanillas bajadas, aparcados uno detrás de otro, morro contra culo, con el motor al ralentí, bajo un sol de justicia de más de cuarenta grados. El asfalto parecía querer derretirse bajo los pies. El olor del queroseno se mezclaba con la brisa marina fundiéndose en un aroma de chipirones fritos.
Poco a poco, los conductores, después de calibrar con la mirada el horizonte atrás y adelante, y leer en su muñeca la confirmación de que la hora había cambiado apenas hacía un minuto, se separan del sofoco de la chapa ardiente, buscando la complicidad del vecino:
-Buen atasco llevamos.
-Eh, sí, sí.
Mira disimuladamente el interior del Ford verde, niños y abanico, igual que el Simca rojo detrás del suyo. Se arriesga a avanzar otros treinta pasos, sabiendo que cada paso le aleja de sus circunstancias, y le aproxima al paroxismo del claxon que, sin dudarlo, se aprovechará del hueco que deje cuando de nuevo se reanude la procesión. Hace caso omiso de la voz de soprano enfadado que se asoma por la ventanilla:
-Antonio, no ves que arranca.
Y disimula, como si ese Antonio no fuera el mismo que pidió sus vacaciones en agosto. 
A lo lejos ve un guardia de tráfico, con la moto atravesada, compartiendo un pincho de tortilla.

domingo, 15 de marzo de 2015

TIEMPO MUERTO

Siempre me sorprendió cuando Sam, el jardinero, para detener un combate en buena lid como los que disputábamos en el patio de la escuela, entre Kris, el niño rico, y yo, dijera "tiempo muerto", como si se tratara de un pájaro frito en el sombrero de un prestidigitador. Solía ocurrir cuando estaba a punto de colgar un crochet de izquierdas, mi golpe supersecreto, directo a la mandíbula de mi futuro Jefe en la empresa Standard Hill Company. Dejemos ahora en suspenso mi famoso uppercut. Mi trabajo con tiempos negativos nos lo puede permitir.
(Si quieres seguir leyendo tienes que darme la contraseña de tu correo electrónico, o bien depositar una fianza de tan solo 21'99$)
No hagas caso, es una broma de cuando estudiaba en Silicon Villey.

lunes, 2 de marzo de 2015

INFERNO

Cuando tiré la tea encendida en el almacén abandonado, no podía imaginar la insensatez del esfuerzo de vivir.
Latas de pintura vieja, madera, plástico, todo se inflama con una rapidez asombrosa. Primero se crea una bolsa de aire ardiente, rarificado por las mezclas de cromo y minio; ojos y garganta se invaden de negras llamaradas azules.
Al final la puerta está tan lejana, que cuando los paneles bloquean la salida, piensas que todo está bien.
Mientras la dulce lluvia se desprende de una única nube grisácea, no deja de sorprenderme un pensamiento insidioso:
Dios es un perro y ladra.