Frank
se coloca la corbata roja ante el espejo:
Din-don.
Alza
la vista: el 14 se ilumina. El ascensor frena con suavidad, las puertas
correderas dejan pasar a una joven obesa que planta su tipi en medio de la
plataforma.
Un
chirrido de muelles le recuerda que el de mantenimiento lleva un mes
prometiendo que se pasará.
–¿Piso?
-pregunta con voz neutra.
–Trece
-responde con acento de mecanógrafa.
–Estamos
subiendo… -se fija en el estampado de su vestido holgado donde un imperdible se
clava pudoroso y muestra la credencial con su nombre-, señorita Rivendel.
–Esperaré
-resopla afirmando sus columnas de Hércules.
Con
gesto de indiferencia se asoma, pulsa el cierre. A 4 metros por segundo tarda
1’25 en llegar al siguiente piso:
Din-don.
Un
15 rojo destella. Se abren.
–Subimos
-le dice a nadie.
Cierra.